Tomo un break del trabajo, entro a Insta y me encuentro con un story tuyo; lo pienso dos veces pa abrirlo y es que, en verdad, muy en el fondo, necesito dejar esa maña de verte pa poder ponerle chispa a mis días.
Trato de no prestarle atención, pero es imposible, lo miro con ansiedad y me doy cuenta de que es otro video; de esos que subes pa dejar a uno con las ganas de disfrutar un chin más de lo que escondes debajo de la blusa, de esos que publicas con malicia pa llamar la atención del más indiferente de los hombres y de la más santa de las mujeres.
Me pasan tantas cosas por la mente: enviarte un emoji, escribirte un saludo con doble sentido, dedicarte el fragmento de un reguetón romántico; pero algo me dice que no te diga nada, que no vas a contestar, que seré uno más en tu bandeja de requests que nunca revisas, que soy un iluso, que no podré llegarle a una cromo como tú.
Apago el celular y sigo con mi vida, pero no puedo sacar de mi mente el bikini que llevas puesto, esas estrías que te hacen ver tan orgánica, tan de carne y hueso, tan comible, tan sádica, tan mala y buena al mismo tiempo.
Al final, doy tantas y tantas vueltas pa entonces terminar enviándote el jodío DM, ese que por orgullo y hasta vergüenza me negaba a mandarte, el mismo que meses después hizo posible nuestra primera cita.