Un día sin haberlo planeado te levantas y simplemente lo decides, decides que ya no vas a aguantar más humillaciones.
No sabes de dónde viene el valor, solo sientes que tienes el coraje pa hacerlo, porque algo en el fondo de tu ser te pide de rodillas “ya deja eso”. Te dice que debes de parar, que es momento de darte a respetar, pero esta vez debe ser en serio y sin dar un paso atrás.
Con el dolor de tu alma, con los ojos llorosos, con el corazón a millón y la voz entrecortada, mirándolo fijamente a la cara, le exiges que te dé banda. Se lo pides a quien amaste con todas tus fuerzas, con quien pensaste durar el resto de la vida.
Por instantes sientes que no deberías hacer eso, pero, por otro lado, una fuerza desconocida te reitera que no te quiere quien te hiere, quien te violenta, quien te hace sentir menos.
Lo sueltas, y a pesar de que hay días en los cuales no quieres ni comer, ni tienes ganas de levantarte de la cama, sabes muy bien que pronto volverás a recuperar el brillo que te hace única, el que se apagó por culpa del engaño.